CABEZA ALUNART
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Rogelio López Marín o el color de la distancia |El Nuevo Herald, January 1, 2016

RUBENS RIOL

Especial/el Nuevo Herald

Las piezas de la exhibición no siguen un ordenamiento estrictamente cronológico.

Lo importante es la afinidad temática y conceptual que vincula a cada uno de los trabajos.

La serie ‘The City’ capta el ánimo de Nueva York tras el derrumbe de las torres gemelas.

Adriana Herrera y Willy Castellanos, quienes integran el colectivo curatorial de Aluna Art Foundation, debieron estar iluminados cuando tomaron la decisión de proponer en su espacio, la muestra Rogelio López Marín “Gory”: apuntes para una retrospectiva (1975-2015), no sólo por la brillante idea de recuperar la obra de un artista poco visto últimamente en el panorama galerístico, sino también por la intención de aglutinar casi todo su trabajo de cuatro décadas, en apenas dos salas de dicha institución. Justo reconocimiento para un creador cubano que forma parte indiscutible de la historia del arte insular, aunque él mismo escogiera el margen y la suerte de la diáspora. Resulta comprensible entonces la necesidad de socializar un repertorio que había estado acumulándose en silencio, gesto que nos permitirá redimensionar su poética.

“Cuando me propusieron esta exposición lo primero que me vino a la mente fue que sería la oportunidad perfecta para exhibir mi trabajo inédito. Tengo mucho material nuevo que nunca he impreso y tampoco he visto. Pero cuando me aclararon que se trataba de una retrospectiva comencé a pensar diferente, en el sentido arqueológico que suponía encontrar los negativos. Para mí ha sido una sorpresa, pues uno nunca ve su trabajo así de forma conjunta”, señaló el artista en conversación con el Nuevo Herald.

La exhibición –conformada por 103 piezas distribuidas según las series más representativas del autor– no sigue un ordenamiento estrictamente cronológico, como tampoco estará libre de ausencias, pues importa más la afinidad temática y conceptual que vincula a cada uno de los trabajos. Entre pintura (con muy pocos ejemplos, pues dependió del favor y la generosidad de algunos coleccionistas), fotografía intervenida digitalmente e imágenes documentales, tenemos una visión caleidoscópica de las distintas etapas creativas de Gory, donde llama la atención la coherencia sostenida durante toda su carrera. De modo que advertimos el mismo interés de antaño, quizás un poco trasvestido por las ventajas de la tecnología, o sea, el desvelo estético por encima de cualquier preocupación y la adulteración de lo real que da paso a la fábula; una fina entelequia sobre el destino de un ser escindido entre el cielo y el mar, fronteras simbólicas de un estado más complejo, convertido en tropo, evocación, castigo de la nostalgia.

En esta muestra antológica alcanzan un gran valor el uso de imágenes provenientes del archivo personal del artista, memoria de su recorrido, patrimonio visual del continente, y la referencia a la música rock –contenida en los títulos de casi todas las obras– estandarte contracultural, un nido de resistencia que “cuestionó, en el contexto posrevolucionario, las limitaciones a las libertades del individuo, sugiriendo vías alternas en las relaciones entre estética, política y poder”. Así de profundo, aunque con cierta tendencia a la ironía y un marcado juego con lo poético, el artista dinamita sus piezas, fruto de la oblicuidad y el cinismo. Desde allí, justamente, nos llega la alquimia de su mensaje, la savia de su discurso.

Considerado una figura clave del movimiento fotorrealista cubano de los años 70’s, Gory abandona la pintura después de la mítica exhibición Volumen Uno (1981), con su obra Pieza inconclusa para pintor mecánico –verdadero manifiesto de la rebelión contra el supuesto peligro de la mímesis– una de las principales atracciones de esta exposición.

Igualmente destacada resulta la serie de fotomontajes Es sólo agua en la lágrima de un extraño (1986) exhibida durante la Segunda Bienal de La Habana, en la cual prima el color azul. Esto se debió –parafraseando al artista– más que a una intención estética, a un accidente químico convertido en as de triunfo, puesto que vendría a significar el color de la distancia, el horizonte. De ahí que la piscina sea el sinónimo fotográfico de un mar delimitado por obstáculos siempre cambiantes, donde el muro, un arrecife o bosques inundados se transforman progresivamente en la urbe colmada de rascacielos, metáfora del sueño americano. Por si fuera poco, cada una de las piezas viene acompañada de fragmentos del libro El espejo en el espejo de Michael Ende, referencia que hace a estas obras más lúcidas y desafiantes, como por ejemplo: “Al fin y al cabo no puedo ser el único que se ha dado cuenta. Tan listo no soy. Sólo se han puesto de acuerdo en no hablar de ello” o “Como un nadador que se ha perdido debajo de la capa de hielo, busco un lugar para emerger”, evidentes asomos de inconformidad y protesta, epítomes del exilio.

Mientras, en sus series Ausencias (1980-1991), Personal Mountains (1993) y The City (2001), respectivamente, expone su mirada escéptica de cierta realidad, donde los objetos cobran el protagonismo y los paisajes urbanos no disimulan su soledad ni su hastío. Vibran en estas insinuaciones melancólicas y ambientes oníricos, la influencia de la pintura de René Magritte, Giorgio de Chirico y el legado de otros artistas como Richard Este, Eugène Atget o Duane Michaels. La serie The City tiene una connotación especial, pues capta el ánimo de Nueva York tras el derrumbe de las torres gemelas, por esa razón las imágenes resultan elocuentes, aunque desde el silencio.

Asimismo, resulta interesante comparar sus trabajos Sólo entrada (1975-1979), Retratos (1978-1986), Un paseo por la tierra de los anamitas (1983) y Still Alive (2014-2015), que captan siempre –desde una esmerada vocación por la síntesis y el uso de los contrastes en blanco y negro– la energía emanada tanto por las esculturas fúnebres del Cementerio de Colón, y personalidades de la cultura cubana como Dulce María Loynaz, Titón, Antonia Eiriz y Servando Cabrera, hasta la expresión marchita de los niños vietnamitas en sus barrios destruidos. La única excepción la constituye Still Alive, donde regresa el color y se hace más nítido el contexto, pues se trata de imágenes suburbanas de Miami, ciudad donde reside el artista desde hace tiempo.

Rogelio López Marín “Gory”, debe sentirse afortunado de tener en vida, cuando aún es muy joven, una exposición de esta magnitud. “Soy un artista callejero, motivado desde el inicio por la doctrina del instante decisivo acuñada por Cartier-Bresson. Me interesa el poder de la imagen, sin que influyan los prejuicios en torno a la tecnología o en contra del mundo analógico. Mi pasión más grande es el arte”. De esta forma ha encontrado el artista el modo de mudarse donde quiere, no solo en el espacio físico sino también mental, espiritual.

Rubens Riol es crítico de arte, promotor cultural y experto en cine. Licenciado en Historia del Arte por la Universidad de La Habana en 2009.

rubens.riol98@gmail.com

Rogelio López Marín “Gory”: apuntes para una retrospectiva (1975-2015), a disposición del público hasta el 12 de enero en Aluna Art Foundation, 1393 SW, 1st. Street, Miami Florida, 33135.

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