CABEZA ALUNART
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Algaze

Mario Algaze o el asombro como poética del desarraigo

Por: Willy Castellanos

“Vende tu inteligencia y compra asombro:


la inteligencia es mera opinión, el asombro es intuición”

Buda

No es casual que fuera precisamente en México –país de una profunda tradición documental en la fotografía- donde Mario Algaze (La Habana, 1947) le imprimió un viraje decisivo a su obra y por ende, a su vida.  Tampoco es accidental y si muy coincidente,  que sea la palabra “asombro” –del griego “a” (sin) y “umbrus” (sombra), es decir, “salir de las sombras” o la base del conocimiento en la filosofía antigua— el concepto que mejor ilustre, a mi modo de ver, el imaginario de una Latinoamérica esbozada desde la doble condición de intruso y anfitrión, de oriundo y extranjero: la condición de la diáspora.

Pero lo cierto es que en México, Algaze fotografía a Manuel Álvarez Bravo y a Rufino Tamayo e inicia en 1974, un largo periplo –una expedición de “regreso”– que lo llevara cámara en mano, por esa América hispana e indómita que se extiende al sur del Rio Bravo hasta los glaciares imponentes de la Tierra del fuego. Así, Respeto por la luz: La fotografía de Mario Algaze, su exposición en el History Miami Museum, reúne bajo una curaduría de Jorge Zaramillo, las imágenes de estos últimos 20 anos a través de 150 tomas en blanco y negro registradas en 16 países del continente, incluyendo a su Cuba natal, lugar donde vivió hasta los 13 años cuando su familia decide emigrar a los Estados Unidos tras el triunfo de la revolución de 1959.

Hay varias claves que definen la obra de este autor, aunque tal vez ninguna tan omnipresente como aquella que da título a su último libro y de paso, a su exposición. Enfrascado en encontrar coincidencias que perfilen el espíritu de un continente más que el paisaje sociocultural de un país o una época, Algaze fotografía las ciudades y los paisajes de Latinoamérica a través de su luz. Retrata, en las primeras horas de la mañana, las calles desiertas con sus transeúntes solitarios pero también, los espacios interiores inundados de escenas intimas, de situaciones (a)típicas y personajes entrañablemente latinos: convierte el detalle urbano –ya sea arquitectónico o humano– en capas afectivas de información que permiten reconstruir una idea del todo desde la síntesis de sus instantes particulares.

Ciertas fotografías logran una intensidad poética e introspectiva poco común en los registros documentales; otras, precisan de la complicidad y de la lúdica del lector para recomponer el significado de una escena truncada por la  ventana renacentista del encuadre fotográfico. En estos casos, el fotógrafo incluye un espejo –una foto dentro de la foto o un trompe d’œil barroco—que devuelve el sentido y la lógica del ambiente desde una perspectiva reinterpretada.

Aunque Algaze se confiesa deudor de De Chirico y sus arquitecturas metafísicas de luces y sombras, hay una línea histórica que lo lleva en el tiempo, al espíritu de un Andrés Kertesz o un Eugene Atget. Su inteligencia visual y sensibilidad creativa  lo acercan desde lo contemporáneo, a una tradición seminal del documento fotográfico cuya cumbre y decadencia suelen situarse en la antológica exposición “La familia del Hombre”, celebrada en el MoMA en 1955.

El peculiar re-encantamiento que este fotógrafo introduce en el paisaje latinoamericano de las ultimas décadas lo aleja, en una medida precisa, no solo del estilo de algunos de sus contemporáneos en los Estados Unidos (me refiero a autores como Lee Friedlander o Garry Winogrand que asumieron en los 60’s y 70’s, visiones críticas de sus ciudades y de la propia fotografía) sino también de los fotógrafos latinoamericanos que por la misma época registraban visiones muy diferentes en sus países, aportando a la fotografía del continente los matices necesarios para una identidad re-presentada en abierta “guerilla semiológica”(1) contra “La imagen fotográfica del subdesarrollo”(2) .

Si esta poética de Mario Algaze no tiene el sabor de lo superfluo, es porque contiene en una medida autentica, el delirio del asombro y de alguna manera, la ingenuidad de lo pueril. Me refiero a esa capacidad condicionada de ver el mundo por “vez primera” o de encontrar en el conocimiento que confiere esa mirada, el prodigio de una imagen del hombre y sus caminos. El continente de sus fotografías es un autorretrato que logra conciliar los nexos entre el imaginario latente en sus recuerdos de infancia, con el viaje como descubrimiento o con la fotografía como experiencia humana y estética. “Me voy a Latinoamérica –diría Algaze –,  porque ahí es donde habitan mis afectos”. Y con ello restablece la lógica de una historia truncada y escrita a medias, como testimonio y documentación grafica de un experiencia imaginada y atesorada finalmente, en las clásicas películas de celuloide de su cámara Hasselblad.

(1)    El término fue utilizado por el crítico e investigador Juan Antonio Molina en una conferencia impartida en La Habana en 1993.

(2)    Ver el ensayo La imagen fotográfica de subdesarrollo, por Edmundo Desnoes

 

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